Este post pertenece a una campaña de
difusión del proyecto “Això és EpD” que estamos llevando a
cabo desde Quepo. Durante 10 días, contaremos con 10 colaboraciones
de personas vinculadas a las temáticas que abordamos. Hoy, Susana Hidalgo reflexiona sobre nuestra propuesta de libertad de movimiento.

Hace un año me fui a vivir a Dakar,
Senegal, para trabajar como responsable de comunicación de Acción
contra el Hambre. Estuve cuatro meses viajando por el Sahel, pero
pasé la mayor parte del tiempo en la capital senegalesa. Allí
conocí a muchos expatriados, españoles, franceses, italianos,
diplomáticos, trabajadores de organizaciones internacionales y de
empresas. Preocupados por la crisis en sus países, pero viviendo, en
general, en unas condiciones más que aceptables en Senegal. Fiestas,
fines de semana en la playa, tardes en las piscina de los mejores
hoteles, la sobremesa en la terraza del Instituto Francés. El Skype
para cuando hay morriña de la familia o del novio en Madrid, y si la
cosa se pone más fea y nos agobiamos, un vuelo de fin de semana para
reponer fuerzas en Europa y vuelta a África. Viajar es maravilloso,
conoces culturas, gentes, idiomas, pero si un día decides poner
límite porque ya ha dejado de tener gracia o emoción siempre está
casa para volver. Que nadie me malinterprete, no les critico, eran
gente comprometida con su vida y su trabajo. La superficialidad que
puedo retratar se basa en que eran emigrantes por puro placer.

Esa fue una cara. También conocí
otra, sin fiestas ni piscinas, en el interior de Senegal o en
Mauritania: la de mujeres en aldeas remotas en el desierto al cargo
de sus seis, siete hijos porque el marido había tenido que emigrar a
la capital y no habían vuelto a saber de él. O la de hombres de
Níger que un día emigraron a Libia para poder trabajar, pero debido
al conflicto bélico habían regresado a sus casas, con las manos
vacías, y pasaban las horas muertas al cobijo de la sombra en una
choza sin nada que hacer. Sin embargo, a pesar de su mala
experiencia, los chicos adolescentes del pueblo sólo soñaban con
hacer lo mismo que él, huir de la aldea y de la crisis alimentaria
del Sahel y volar un día a una gran ciudad.

Más tarde, en octubre de 2012, viajé
con el fotógrafo Pedro Armestre a la frontera de Marruecos con
Melilla para hacer una serie de reportajes y allí nos encontramos
con Amina y Fade, una pareja senegalesa. En su país de origen ella
era camarera y él cocinero en un hotel. Pero lo habían dejado todo,
incluida a su hija de cinco años, para intentar la vida en Europa.
Ahora llevan meses atrapados detrás de la valla de Melilla, sin las
suficientes condiciones físicas para intentar el salto. ¿Dejaríamos
los europeos a una hija por emigrar? ¿Llegaríamos a entenderlo?
¿Entendemos el concepto de fracaso y visto que no podemos saltar la
valla volveríamos a nuestro país? Amina hablaba con dolor de su
pequeña, a la que había dejado con unos familiares en Senegal. Pero
en su cabeza no cabía la imagen de desistir en el empeño,
precisamente porque para ella era la única manera de imaginar un
reencuentro con su hija. Un reencuentro en Europa, teniendo una vida
bonita con Fade, pensando quizás en tener más niños.
En todos los años
que he escrito sobre temas de inmigración me he encontrado con que
muchos de estos migrantes en sus países de origen tenían carrera
universitaria, trabajos, familia. Que eran exactamente igual que
nosotros. A los periodistas quizás nos ha faltado retratarles mejor,
no dejarles como meras sombras de llegadas en cayucos o saltos de la
valla masivos. Detrás del chico que vende CD en las Gran Vía
madrileña es posible que haya un médico maliense, y detrás de la
chica que se prostituye en la Casa de Campo, una joven con idiomas y
sueños de ser maestra.Susana Hidalgo @Susahidalgo.
Periodista especializada en temas sociales y cofundadora de Calamar2.